jueves, 12 de enero de 2012


Como parece lógico, la purria mercenaria de la fortaleza se concentra en los niveles inferiores, en las galerías excavadas en las entrañas de la montaña. Aquí el aire está viciado por las antorchas de sebo y paja trenzada, los olores de las refinerías de alquitrán, los desagües de los sistemas de alcantarillado de las gentes que viven más arriba y los vómitos de los borrachos que pululan por las tabernas de mala muerte. Al cabo de un poco, encuentras un sitio en una mesa de una casa de bebidas atestada, entre un minero aquejado de silicosis que está todo el rato tosiendo y un enano con el pelo recogido en una única trenza que bebe pensativamente de un jarro de aguardiente. El resto de los sentados a la mesa son un Matador con varios aros de oro en la oreja, que lanza perpetuas miradas de reojo al resto, y un halfling de aspecto triste.

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