Como parece lógico, la purria
mercenaria de la fortaleza se concentra en los niveles inferiores, en las
galerías excavadas en las entrañas de la montaña. Aquí el aire está viciado por
las antorchas de sebo y paja trenzada, los olores de las refinerías de
alquitrán, los desagües de los sistemas de alcantarillado de las gentes que
viven más arriba y los vómitos de los borrachos que pululan por las tabernas de
mala muerte. Al cabo de un poco, encuentras un sitio en una mesa de una casa de
bebidas atestada, entre un minero aquejado de silicosis que está todo el rato
tosiendo y un enano con el pelo recogido en una única trenza que bebe
pensativamente de un jarro de aguardiente. El resto de los sentados a la mesa
son un Matador con varios aros de oro en la oreja, que lanza perpetuas miradas
de reojo al resto, y un halfling de aspecto triste.
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