La cámara real de Karak Kadrin
es algo magnífico y aterrador a la vez. Magnífico porque, a pesar de ser
espartana y de que el estilo arquitectónico es sobrio, tiene al menos
trescientos metros de una punta a otra, suficiente para realizar los mayores
banquetes y los más concurridos encuentros de clanes. Aterrador porque por
todas partes cuelgan trofeos cobrados por los belicosos señores de la dinastía
en pasadas épocas. Cabezas de trolls, ogros, quimeras y osos, estandartes
capturados en batalla y armas cogidas como botín de guerra. Al fondo se
encuentra un enorme trono de granito gris, decorado con tesón por decenas de
artesanos a lo largo de los siglos. Cada maestro de gremio cantero de la
fortaleza ha dejado su marca diminuta en la reliquia, en la que se dice que una
vez se sentó Grimmir antes de partir hacia el Norte en su último viaje.
Sin embargo, el Rey se
encuentra de pie, dando de comer a una de sus águilas entrenadas trocitos de
carne seleccionados. Al verte entrar custodiado por guardias, enarca una ceja.
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