jueves, 12 de enero de 2012


La cámara real de Karak Kadrin es algo magnífico y aterrador a la vez. Magnífico porque, a pesar de ser espartana y de que el estilo arquitectónico es sobrio, tiene al menos trescientos metros de una punta a otra, suficiente para realizar los mayores banquetes y los más concurridos encuentros de clanes. Aterrador porque por todas partes cuelgan trofeos cobrados por los belicosos señores de la dinastía en pasadas épocas. Cabezas de trolls, ogros, quimeras y osos, estandartes capturados en batalla y armas cogidas como botín de guerra. Al fondo se encuentra un enorme trono de granito gris, decorado con tesón por decenas de artesanos a lo largo de los siglos. Cada maestro de gremio cantero de la fortaleza ha dejado su marca diminuta en la reliquia, en la que se dice que una vez se sentó Grimmir antes de partir hacia el Norte en su último viaje.
Sin embargo, el Rey se encuentra de pie, dando de comer a una de sus águilas entrenadas trocitos de carne seleccionados. Al verte entrar custodiado por guardias, enarca una ceja.

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