jueves, 12 de enero de 2012


Los miembros restantes del linaje de los Aestir son una visión lamentable. Poceros, cabreros, curtidores, porteadores… Toda clase de oficios viles y degradantes, es lo que ves, mientras acompañas a Ullli en la lastimosa tarea de visitarlos uno a uno. Aquí uno de ellos se niega a abandonar su nueva vida, otro tiene demasiado temor a los grobi como para arriesgar el cuello, pero repitiendo tu inspirado discurso logras despertar el fuego en el corazón de algunos de ellos. Al cabo, una decena de enanos, armados con hachas, mazas y picos, se concentran dispuestos a seguirte y revivir la gloria de tu clan.
A la vuelta a Borgburg, abrazos, palmadas en la espalda y apretones de manos a medida que se reanudan antiguas amistades. No puedes evitar que se te escape alguna lágrima disimulada cuando tu padre y tu tío se saludan tras décadas de separación, y, tras un instante de vacilación, se funden en un abrazo. Ese día es de celebración, la noche de banquete, y a la mañana siguiente la hueste de los Aestir parte a la guerra.
Harok toca su cuerno, Snorri el Joven golpea un tambor parcheado, y, en tus manos, sosteniéndolo con orgullo, un desvencijado estandarte: la bandera de guerra de los Aestir, que Ulli ha guardado durante años.
Los grobi os hacen frente en los prados frente a Borgburg. Apenas os superan en número: son una veintena contra vuestros dieciocho, dispuestos en una línea de batalla poco organizada y espoleados por un viejo chamán que agita una carraca, mientras un joven y robusto grobi lo lleva a hombros por la línea de guerreros. Una lluvia de flechas os saluda a cincuenta metros, sin causar bajas, pero, en cuanto avanzáis, los grobi huyen en pánico hacia el bosque. Empieza a lloviznar.

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