Despiertas después de una noche de sueños
inquietos, en medio de un lecho de paja. En el establo, el ganado muge a la
espera de ser ordeñado, los primeros rayos de sol iluminan el valle.
Hoy es el día en que cumples
treinta años. Es el día en el que, bajo las miradas de los iconos de los
Antepasados, ante el rostro de Valaya y Grimmir y el poderoso Grungni, tu padre
debía haberte puesto sobre los hombros el manto ceremonial que tu madre tejió
desde que naciste hasta el momento de su muerte, y haberte dado la bienvenida
al mundo de la madurez. Tus tíos, tus hermanos y tus vecinos, incluso el paria
de Skael, habrían dejado sus obligaciones para brindar por ti. Por fin podrías
haberte convertido en un adulto de pleno derecho, un miembro de tu clan.
Guardado la primera moneda en tu propio tesoro. Empezado a buscar mujer…
Todo eso hubiera sido posible
si los grobi no hubieran encontrado el paso escondido entre las montañas, y,
otra vez como tantas, se hubiese reanudado la guerra. Durante muchos años
habéis vivido tranquilos, pero, ayer, tu tío Borin trajo la noticia que siempre
habíais temido escuchar: enemigos en vuestro valle.
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